Divorcios del Bienestar
En la política mexicana, como en las viejas novelas, los amores clandestinos no son tanto un escándalo como un recurso narrativo. Lo verdaderamente escandaloso es cuando estos amores interfieren con la coreografía cuidadosamente diseñada del poder. Y es ahí donde entra la historia de Adán Augusto López y Andrea Chávez.
Durante la precampaña ilegal de Morena —esa danza absurda donde todos sabían que se estaban violando las reglas electorales, pero fingían que no— tres figuras recorrían el país: Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López. Pero había una cuarta presencia que, sin ser candidata, empezó a llamar la atención: Andrea Chávez, joven diputada, vocera de Adán, y, para quienes sabían leer el subtexto, mucho más que una colaboradora.
los ojos del público, Andrea era solo parte del equipo de comunicación. A los ojos de Palacio Nacional, era un problema. El presidente López Obrador, amigo cercano de Dea Isabel Estrada —la esposa legítima de Adán Augusto—, veía cómo un asunto personal se convertía en un potencial escándalo político. No tanto por el romance (que en el ecosistema de Morena es casi una tradición), sino por la desproporción de los favores que empezaban a acumularse alrededor de la diputada.
Ahí es donde entra el discreto pero eficiente equipo de Jesús Ramírez Cuevas, el vocero presidencial. Desde su oficina, como quien abre lentamente una válvula de presión, comenzaron a salir las filtraciones: el romance existía, incluía encuentros íntimos, y los aviones oficiales no eran precisamente ajenos a la historia. No se trataba de destruir a Adán Augusto —aún útil políticamente—, sino de marcarle los límites.
Y así, de pronto, la esposa de Adán Augusto, Dea Isabel, empezó a aparecer en los eventos. No como un intento de reconciliación genuina —la separación en lo privado ya estaba consumada— sino como una operación estética para restaurar la imagen familiar. Andrea, mientras tanto, desapareció discretamente de las giras, pero no del juego.
El verdadero éxito de Andrea no estaba en las giras, sino en los dividendos obtenidos. Logró, primero, la candidatura al Senado por Chihuahua. Y después, desde el Senado, operó uno de los proyectos más rentables del nuevo "bienestar": las unidades médicas móviles.
Caravanas de clínicas rodantes recorrían Chihuahua ofreciendo atención gratuita —y promoción política— a costa de millones de pesos mensuales. Los contratos, casualmente, estaban ligados a empresarios cercanos a Adán Augusto. El círculo estaba cerrado: el amor, el poder, el dinero, los aviones, los contratos, los votos.
Para entonces, la sucesora oficial, Claudia Sheinbaum, ya empezaba a lanzar advertencias veladas para contener los excesos. No por moralismo, sino por cálculo: cada escándalo menor de Morena debilita el control de la marca. Los divorcios del bienestar se acumulan, pero el relato de pureza debe seguir intacto.
Porque la verdadera paradoja de este régimen es que sus divorcios son siempre privados, pero sus beneficios son colectivos… para los amigos. El bienestar se predica para los pobres, pero primero se reparte entre los cercanos. Las esposas son desplazadas, las amantes capitalizan, los contratos giran, y el pueblo —ese eterno invitado de piedra— aplaude desde el margen.
Así funciona el amor en tiempos de la 4T: todo es negociable, salvo el poder.




